mail enviado por manuel esmoris, lunes 18 de agosto:
VAMOS QUE VENIMOS
Artes, patrimonio y tradiciones culturales con ciudadanía y mercado
Manuel Esmoris
Donde menos invertimos es en
José Nun (secretario de Cultura de Argentina),
Página 12, Buenos Aires, 30 de diciembre del 2007.
1. Sobreoferta concentrada
En Uruguay, la existencia del teatro, la danza, la música, los bienes históricos, las fiestas populares, el cine y el resto de las artes, el patrimonio y las tradiciones culturales está garantizada —con mayor o menor fortaleza—, pues se produce, se crea, se cuenta con acervos y con casi infinidad de bienes muebles e inmuebles de significación estrictamente cultural.
Pero esos bienes no son accesibles para la mayor parte de la población, que no cuenta con recursos de tiempo ni de dinero para asignar en los lapsos de ocio de que dispone —y por los cuales compiten otras ofertas no culturales.
La cuestión se vuelve más difícil si el acceso a las propuestas culturales les implica traslados, y más cuesta arriba se torna para aquellos que tienen magros antecedentes familiares de consumo cultural, con independencia del nivel económico.
La mayoría de la población no está expuesta a estímulos y ofertas de bienes y expresiones culturales próximos, frecuentes y constantes, lo que no le permite optar y educar su sensibilidad en las artes, el patrimonio y las tradiciones culturales, como sí puede elegir entre ofertas de contenidos de la televisión y la radio, que se encuentran “desconcentradas” en el territorio (ver apéndice).
En Uruguay, la mayor parte de la oferta de bienes culturales se concentra en un pedacito del territorio: los barrios montevideanos Ciudad Vieja, Centro, Cordón, Pocitos y Punta Carretas. Para acceder a cultura el solo traslado es un costo a remontar (dinero y tiempo) para la mayor parte de la población que reside a partir de un extrarradio de seis kilómetros desde plaza Cagancha (con excepción de los residentes al sureste de avenida Rivera, que suelen disponer de tiempo de ocio y poder adquisitivo).
2. Sin estímulos para la desconcentración
El posicionamiento estratégico de los agentes culturales públicos (gobierno central y municipios) no está orientado —ni en su marco normativo, ni en sus presupuestos, ni en sus servicios— a incrementar el número de consumidores culturales.
Institucionalmente, el marco legal de los servicios públicos culturales no es apto para enfocar las prestaciones hacia los ciudadanos. Por tanto, museos, centros de exposiciones, recintos de artes escénicas, orquestas, elencos teatrales y demás, padecen deficiencias e inoperancias que van desde la concentración político-burocrática en la toma de decisiones (todo tiene que ser por resolución ministerial o del intendente) hasta la imposibilidad de realizar compras de manera directa, captar fondos o celebrar contratos laborales.
Por otra parte, el sector público fue y es responsable de haber orientado el dinero de todos los ciudadanos de forma concentrada en el territorio, de acuerdo con los gustos y aspiraciones de unas elites ilustradas en “alta cultura” y según lo que las corporaciones del sector (por cierto, todas montevideanas y muy poco representativas de la cantidad y la calidad del espectro de la producción cultural) han logrado influir a través de presiones, amistades y otro tipo de afinidades.
El sector privado cultural con fines de lucro, por estar librado a la pura lógica de mercado, orienta su actividad a aquellos consumidores que pueden pagar, trasladarse y ya cuentan con acumulación cultural. Además, este sector deja de lado la explotación de una parte de los bienes culturales porque no tienen rentabilidad económica (lo cual es lógico y justificado, pues nadie está dispuesto a perder plata).
El sector público pocas veces ha provisto estímulos materiales para que los privados con y sin fines de lucro brinden servicios culturales que los orienten a la mayoría de los ciudadanos de distintos estratos económicos; más específicamente, a los que no pueden pagar, residen lejos de donde se realiza la mayoría de la oferta cultural y poseen menos antecedentes de consumo cultural.
Al mismo tiempo, muy pocos proyectos culturales que presentan los privados al sector público para solicitarles su apoyo cuentan con esa visión.[1]
3. Nuevos públicos
La creación de “nuevos públicos” fortalecerá las artes, el patrimonio y las tradiciones culturales, les demandará nuevas exigencias, las hará más versátiles, más sustentables económica, social, política y culturalmente.[2]
Para lograr ese objetivo se requiere operar según los conceptos del marketing cultural: producto (bien cultural), precio, promoción, distribución; segmentación, posicionamiento, indicadores de control; garantizando una experiencia positiva cuando las personas se enfrentan al uso y consumo de los bienes (a fin de no defraudarlas y de esa forma ahuyentarlas).
También es importante prefigurar las características, las afinidades culturales, la localización geográfica, el nivel económico y el número del público que se desea captar o atender, y luego de realizada la experiencia contrastar lo prefigurado con los usuarios reales[3].
4. Nuevas señales
Desde mi punto de vista, en la asignación de recursos públicos a la cultura las excepciones institucionales son dos proyectos cuyo diseño y responsabilidad corresponden a la actual administración política del Ministerio de Educación y Cultura. Uno es el de los Fondos Concursables para la Cultura, que han otorgado dinero público sobre la base de un llamado abierto, cuyas reglas ponderan tanto la calidad del producto como las exigencias de una oferta desconcentrada y los jurados han actuado con independencia de los cargos de confianza política. También los noveles Centros MEC-ANTEL significan una desconcentración de la oferta, al acercar Internet y oferta cultural a aquellos ciudadanos que menos recursos tienen (económicos, de traslado, de infraestructura cultural), pues residen en el interior del país y más específicamente en ciudades y localidades que no son capitales.
Democratización cultural, mercado, finalidades de lucro y no lucro, bienes culturales de calidad llevados adelante de forma profesional no son antinomias si lo que se coloca en el horizonte de actuación es a los consumidores y a los ciudadanos. Todo esto en una sociedad que pretenda orientar sus acciones hacia la inclusión social y la promoción de la igualdad de oportunidades, promover el pluralismo, la innovación y premiar resultados y a los emprendedores que los producen en un régimen de competencia transparente.
Las bases de la reforma del Estado anunciadas por el Poder Ejecutivo en el 2006, se enfocan en la desconcentración y la descentralización. Bienvenidas. Uno de los desafíos es materializarlas en los servicios culturales orientados a los ciudadanos, tanto los que presta el sector público como el sector privado y para realizar eso las instituciones normativas y las de gestión deben realizan una política de estímulos y restricciones.
Vamos que venimos
Apéndice. Desconcentración y contenidos culturales
La radio, la televisión, Internet, la prensa (en menor medida) se encuentran desconcentrados en el territorio, y desde mi perspectiva forman parte de las industrias del contenido, algunos de los cuales pueden ser considerados culturales y otros no. Por ejemplo, la mayor parte de lo que emite la televisión no es cultural (noticieros, deportes, programas de preguntas y respuestas, etcétera). La radio posee un mejor balance entre los contenidos culturales y no culturales (por la presencia de la música). La mayor parte de los contenidos de la prensa tampoco son culturales.
Son varias las orientaciones académicas, muchas de ellas respaldadas y financiadas por estados, organismos y organizaciones internacionales, que han puesto el énfasis en los contenidos y/o en “los valores”, sin preocuparse de discernir cuáles son culturales y cuáles pertenecen a otros campos.
Desde mi perspectiva, cultura, contenido, sentido, valores, creatividad (las modas de algunos académicos y políticos, como las industrias creativas, del copyright, las mal llamadas industrias culturales o la de los bienes adictivos) tienen puntos de contacto, pero poseen especificidades que las hacen mutuamente excluyentes, a no ser que se quiera vivir en la noche donde todos los gatos son pardos.
Respetar esa especificidad es cultivar la integridad de los bienes y expresiones culturales y la actividad de información y reflexión que se produce sobre ellas (periodismo, ensayo, crítica, investigación).
Esa especificidad no fue considerada en la obra La cultura es capital, del uruguayo Stolovich y colaboradores, que tampoco aportó insumos para la gestión pública o privada con y sin fines de lucro de los bienes culturales. Sí fue utilizada por unas corporaciones culturales para reclamar fondos públicos bajo el eslogan “la cultura da trabajo”.
La perspectiva socioantropológica —por ejemplo, la del argentino García Canclini— tampoco pudo, ni puede, por su generalidad y amplitud, traducirse en prácticas de servicios para ciudadanos y consumidores.
El economista Bruno Frey (institucionalista y de “elección pública”), que tematiza sobre la economía del arte, deja librada la consideración de lo que es arte a lo que la gente defina como tal. Esto también resulta insuficiente para operacionalizar políticas culturales y para definir el universo de actuación de instituciones y empresas cuyo giro sea lo cultural. Sin embargo, la obra de Frey es extremadamente útil para el diseño y la ejecución de emprendimientos culturales —una vez que se tome partido sobre lo que se considera cultura— si lo que se desea es poner en el centro es al ciudadano y el consumidor.
[1] Lo realizado en torno al último disco de Jaime Roos, Fuera de ambiente, constituye una notable excepción de la cual extraer aprendizajes. Con el apoyo de empresas públicas como ANCAP y ANTEL se concretó una gira de shows por todo el país, con entrada gratuita. Por otra parte, el disco se vende a un precio sensiblemente más bajo que el promedio, gracias a que se distribuye en las estaciones de servicio de ANCAP, que están más cerca de los ciudadanos de todo el país que las disquerías.
[2] Económicamente les reportará más dinero. Socialmente las abrirá a nuevos clientes, usuarios, consumidores y las hará partícipes de la vida de la población o de partes de ella. Políticamente les dará mayor interlocución frente a los profesionales de dicho quehacer al demostrar arraigo. Culturalmente, es muy probable que la interacción con públicos distintos las lleve a incorporar novedades en los contenidos.
[3] “Lo que diferencia al marketing tradicional del marketing cultural es que este se centra en el
producto y el primero parte del mercado. En el marketing cultural, la organización debe encontrar consumidores que aprecien el producto”. Colbert y Cuadrado. Marketing de las artes y la cultura. Ariel Patrimonio. España. 2003.
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